Eminentísimos Señores Cardenales
Excelentísimo Monseñor Secretario para las Relaciones con los Estados de la Santa Sede
Excelentísimo Señor Canciller de la Pontificia Academia de Ciencias
Señores Jefes de las Delegaciones de Chile y de Argentina en la Beatificación de Juan Pablo II
Señores Embajadores
Excelentísimos Señores Obispos
Estimados Monseñores
Señores Miembros de las Delegaciones de Chile y de Argentina
Me tocó vivir durante la mañana de ayer uno de los momentos de emoción pública más conmovedores de mi vida. Fue para mí un gran honor haber participado en la beatificación del recordado y querido pontífice Juan Pablo II en nombre de la Nación Argentina y de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Juan Pablo II fue sin duda una de las personalidades más destacadas de nuestra era, desde el punto de vista religioso y también por relieve internacional de su liderazgo moral. Él fue un actor decisivo en la conformación del mundo que hoy vivimos y la huella de su pensamiento y de su obra ha de ser profunda y duradera.
El pueblo argentino le reserva un especial reconocimiento y afecto por la deferencia que el gran pontífice nos prodigó con sus visitas al país en junio de 1982, para suplicar por la rápida terminación del conflicto con el Reino Unido en las Islas Malvinas, y en 1987, cuando unió en un mismo derrotero a la Argentina y a Chile. En esa ocasión, recorrió 10 ciudades argentinas y clausuró la Jornada Mundial de la Juventud en la ciudad de Buenos Aires, que contó con la participación de alrededor de un millón de personas.
Pero, sobre todo, queremos recordar aquí su providencial intervención en el año 1978, que logró evitar un enfrentamiento armado entre la Argentina y Chile e iniciar el proceso de mediación, a cargo de su representante especial, el Cardenal Antonio Samoré.
Como fruto de ello, en noviembre de 1984, la causa por la paz en el mundo dio un paso decisivo con la firma del “Tratado de Paz y Amistad” entre Argentina y Chile, producto de un complejo y paciente esfuerzo diplomático de la Santa Sede, iluminado por la autoridad moral de Su Santidad el Papa Juan Pablo II. Dicho Tratado logró reencauzar la relación bilateral y recrear los históricos vínculos de amistad y confianza entre nuestros pueblos.
Gracias a ese Tratado y al trabajo continuo y constante de sus sucesivos gobiernos, nuestros países se encuentran plenamente insertos en un profundo proceso de integración, reafirmando todos los días su activa participación en la construcción de afinidades e intereses compartidos, que sólo son posibles en paz y democracia.
El 30 de octubre de 2009, las Presidentas de la Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, y de Chile, Michelle Bachelet, a 25 del histórico Tratado, ratificaron esta política con el Tratado de Maipú de Integración y Cooperación. Este segundo Tratado, que fue aprobado por unanimidad por ambas Cámaras del Congreso de la Nación el 18 de noviembre del mismo año, complementa aquél de 1984 y profundiza los vínculos que nos unen con Chile, luego de más de dos décadas de trabajo conjunto.
Por su fuerte contraste con las dramáticas circunstancias que originaron la mediación papal, cabe resaltar especialmente la cooperación en materia de defensa que hoy anima a nuestros dos países. La creación en el año 2006 de la Fuerza de Paz Conjunta Combinada “Cruz del Sur”, a disposición de la Organización de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz, constituye un modelo exitoso de construcción, conservación y perfeccionamiento de mecanismos de confianza y seguridad que sirve de ejemplo en la región.
Para la Argentina, que basa su política exterior en el fortalecimiento del multilateralismo, el respeto al Derecho Internacional, la promoción de los Derechos Humanos, la integración regional y la lucha por un mundo más justo, la excelente relación que hoy tenemos con nuestros hermanos chilenos es motivo de orgullo y satisfacción.
Retomando la iniciativa que hoy ha reunido a las delegaciones chilena y argentina en este sitio, la Casina Pio IV, donde se firmó el Tratado de Paz y Amistad, y en ocasión de la beatificación de Juan Pablo II, consideramos que esta mención es la mejor conmemoración que podemos hacerle.
Como reflexión final permítanme sugerirles recrear mentalmente aquéllos meses finales de 1978. Un Papa “venido de lejos”, cómo él se presentó a Roma y al mundo, se encontró a las pocas semanas de iniciar su pontificado con una situación de guerra inminente entre dos países con millones de feligreses católicos. Juan Pablo II, conocedor en carne propia de los males del autoritarismo, no dudó en utilizar todo el peso de la legitimidad moral que inspiraba en la población argentina y chilena para evitar una guerra propiciada por almirantes y generales.
Las páginas escritas a sangre y fuego suelen recordarse más que aquéllas de paz, por eso hoy es importante no olvidar que Juan Pablo II salvó miles de vidas con su rápida y valiente intervención. Siguieron luego años de un memorable trabajo diplomático llevado a cabo por el mediador papal, coronados por el Tratado de Paz y Amistad, luego de una consulta en el amanecer democrático argentino que obtuvo un masivo apoyo popular.
Por todo esto, Juan Pablo II es para nosotros el Papa de la paz, el héroe de la guerra que no fue. Los argentinos jamás olvidaremos lo que hizo por nosotros.
Muchas gracias.