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Rafael Antonio Bielsa

Martes 16 Agosto 2005
Discurso del Sr. Canciller Rafael Antonio Bielsa
2nd. International Relations World Conference
Encuentro académico "Desarrollo y cooperación en el nuevo milenio"

Estimados presentes:

Tal como lo preanuncia la convocatoria de este encuentro, resulta muy difícil, a esta altura del milenio, hablar de desarrollo sin vincularlo a la cooperación.

Por cierto, apenas uno se vuelca a este tipo de reflexión, resulta evidente el impacto del proceso de mundialización. Hasta hace unas décadas, aún cuando fuera discutible, podía pensarse en desarrollos endógenos. Países que con economías casi completamente cerradas intentaban iniciar una evolución positiva hacia el desarrollo.

Esta perspectiva hoy es impracticable. La globalización puede ser juzgada valorativamente, pero no puede discutirse su influencia en todos los aspectos que hacen a un país: su economía, su cultura, su sociedad y, por supuesto, su política exterior.

Esta visión nos ayuda a elegir si ser destinatarios, testigos o protagonistas de un proceso histórico ya irreversible. Esta evolución planetaria, resultado de la innovación y del acelerado progreso tecnológico, marca una tendencia creciente hacia la integración no sólo de las economías, sino como he dicho de los más variados aspectos a través de los distintos flujos de bienes, capital, signos y personas.

La cooperación aparece entonces como uno de los instrumentos más eficaces para contrarrestar los rasgos negativos de este nuevo mundo en el que se acentúan la incertidumbre, los riesgos y las asimetrías.

Por eso entendemos que para movernos con seriedad dentro de los márgenes de autodeterminación existentes, se requiere del fortalecimiento de la solidaridad y de la concertación de posiciones con países con los cuales compartimos intereses, valores y visiones. En un espacio global interdependiente, la capacidad de actuar de manera concertada -de obrar en común- en una lógica de suma positiva, es un recurso de poder que debemos ser capaces de aprovechar y de maximizar.

Bajo esta concepción, en el marco de nuestros lineamientos de política exterior y de un destino al que nunca debió haber sido esquivado, la Argentina ha reforzado notablemente su inserción y su presencia en América Latina.

En el período que abarca nuestra gestión, es posible registrar un diálogo constante con el resto de los países del área, pero sobresalen, en particular, las acciones desarrolladas con Chile, Bolivia, Venezuela y México. Con éstas cuatro naciones, claves en el panorama latinoamericano, se ha profundizado el nivel de entendimiento mutuo, la cooperación en materia de comercio, el intercambio económico, científico y tecnológico, y la elaboración y consolidación de una visión estratégica común.

A estas se suman las relaciones profundas y permanentes con los demás países fundadores del Mercosur, Brasil, Uruguay y Paraguay. Si bien partimos de una perspectiva racionalmente optimista sobre las oportunidades que la globalización puede abrir a países como la Argentina, no podemos desconocer que algunos de sus rasgos negativos impregnan a América Latina, entrelazándose y potenciándose con sus males atávicos.

Joan Prats, experto en temas relativos a la gobernabilidad, hace una lista de estos males al mencionar "la pervivencia del sistema patrimonialista y burocrático, clientelar y caudillista, personalista y corporativo, en que la esfera económica y política se confunden".

La década de los noventa mostró como la lógica del mercado, que por su propia naturaleza genera desigualdad social, avanza sobre la lógica democrática. El discurso hegemónico neoliberal izó como bandera la promesa de cumplimiento del círculo virtuoso formado entre apertura de la economía, Estado mínimo y democracia.

El argumento sostenía que mientras más se abra la economía al mundo, mientras el Estado más se achique, único remedio para combatir su ineficacia y mientras la democracia política genere previsibilidad en sus procedimientos, los efectos benéficos de este círculo se derramarían para toda la sociedad (...) la consecuencia fue el quiebre del contrato entre mercado y democracia propio del Estado de Bienestar.

Las consecuentes crisis económicas, sociales e institucionales mostraron las debilidades del modelo y la fragilidad de nuestras culturas políticas, lo que afectó a nuestras democracias provocando las crisis de gobernabilidad que han padecido muchos países de la región, entre ellos el nuestro a fines de 2001.

A pesar de los graves momentos atravesados, hoy podemos mostrar al mundo que las crisis han sido resueltas de acuerdo al orden constitucional y al resguardo de los mecanismos internacionales de protección de la democracia. Esto evidencia la fortaleza y la raigambre de las convicciones democráticas que a pesar de los obstáculos planteados, hoy existen en la sociedad latinoamericana.

Es mucho lo que las democracias en nuestra región han logrado desde su restauración:

- la preservación de la paz.
- la solución pacífica de numerosos diferendos fronterizos.
- la construcción de medidas de confianza dirigidas a superar la carrera armamentista.
- la generalización del principio de no proliferación nuclear en América Latina.
- la marcha progresiva de procesos de integración regional.

Cuando trabajamos decididamente en pos de la integración en América Latina, tenemos en mente un paradigma de pluralidad que respeta y valora la identidad de quienes la conforman. Integrarnos no significa estar de acuerdo en todo. Pero sí es construir asociaciones estratégicas basadas en el reconocimiento mutuo de las diferencias, pues sólo se construyen bases sólidas para una relación especial cuando se identifican clara y francamente las peculiaridades de cada uno.

Por cierto que cuando hablamos de desarrollo, de una Latinoamérica en desarrollo o de una Argentina desarrollada, estamos evocando un concepto complejo y multidimensional. No estamos hablando sólo de desarrollo económico. No necesitamos usar adjetivos. Estamos implicando en una sola palabra sustentabilidad, salud, educación, alimentación, calidad institucional, etc.

Desde nuestra concepción, promover y estimular el desarrollo es proteger y ampliar los derechos del hombre a través del mejoramiento del sistema democrático. Una democracia que invoque no sólo la formalidad cívica sino que refiera también a la necesaria inclusión económico-social. Esta premisa ideológica concibe a la ciudadanía a partir de una combinación necesaria y suficiente de derechos civiles, políticos y sociales.

No hay modo de contraponer libertad política con justicia social, posibilidad de expresión junto a una distribución equitativa del ingreso. En una reformulación de nuestros objetivos políticos, debemos concebir a la política como una operación de inclusión, pensando a la democracia como la condición necesaria para el despliegue de una ciudadanía madura, en la que la gente tenga condiciones dignas de vida, derecho incuestionable a expresarse y posibilidades reales de incidir en el proceso de toma de decisiones.

Por otra parte, en el plano comercial, quiero afirmar que la Argentina no se cansará de insistir, junto con otros países de la región, en la difícil situación que hoy se nos presenta, principalmente en lo relativo al comercio de productos agrícolas, donde las políticas proteccionistas de los países más desarrollados profundizan las asimetrías y lesionan seriamente la equidad al estrechar nuestras posibilidades de generar riqueza.

Por eso necesitamos construir un orden internacional cooperativo y solidario, que promueva un crecimiento sostenido con equidad social. Por eso es preciso consolidar, en el plano económico y comercial, un multilateralismo activo que resuelva las graves asimetrías existentes y genere condiciones propicias para el desarrollo.

En ese sentido, nuestro país se encuentra en la búsqueda y propuesta de fórmulas innovadoras de inversión y de movilización de recursos de los países más desarrollados hacia los más pobres con el fin de que se cumplan en tiempo y forma las muy ambiciosas pero imprescindibles metas planteadas en los Objetivos del Milenio. El programa "Deuda externa por educación", es un muy buen ejemplo de que esto es posible.

Otro aspecto en el que la Argentina insiste y que incide directamente en la dupla cooperación/desarrollo es en la necesaria reforma de la arquitectura del sistema financiero internacional. Pero no lo hace sola. El propio Comité Ejecutivo sobre Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas dice en su informe "Hacia una Nueva Arquitectura Financiera Internacional", que la crisis por las que han atravesado distintos países -entre los que se destaca la Argentina- ha puesto de manifiesto «la enorme discrepancia que existe entre un mundo financiero internacional cada vez más sofisticado y dinámico, con rápida globalización de las carteras financieras, y la ausencia de un marco institucional capaz de regularlo».

A esto se suma la irresponsabilidad de los organismos de crédito internacional -cuyo paradigma es el FMI- en cuanto a la asunción y el costo de sus fracasos. Este tipo de organismos -dependientes y tributarios de Estados democráticos- deberían incorporar características inherentes y deseables de los sistemas democráticos, en particular la rendición de cuentas (accountability) ante las políticas promovidas y sus consecuencias.

En Latinoamérica observamos la expansión de un circuito político-económico que combina Democracia, con Pobreza y Desigualdad: un triángulo que genera situaciones de marcada injusticia y una versión propia de inestabilidad. Como indica un reciente informe de Naciones Unidas sobre el estado de la Democracia en América Latina "con estados débiles y mínimos sólo se puede aspirar a conservar democracias electorales. La democracia de ciudadanos requiere una estatalidad que asegure la universalidad de los derechos".

El capitalismo periférico reinante en Latinoamérica es el escenario adonde el fenómeno democrático no vino a estirar los márgenes de la democracia electiva hasta las profundidades económico-sociales sino que permitió el ahondamiento del cruel fenómeno de la desigualdad.

Latinoamerica se caracteriza por ser una de las regiones más democráticas -en términos de estabilidad institucional y de poliarquía política- y a la vez más desiguales -en materia de acceso a un nivel mínimo de bienestar- del mundo. Ante las inequidades de nuestra región en materia económica y social y la consecuente inestabilidad institucional, sostenemos la importancia de construir ciudadanías ampliadas, buscando cambiar el triángulo perverso de Democracia, Desigualdad y Pobreza por una combinación más atractiva que vincule Libertad, Equidad y Desarrollo.

Para realizar plenamente estos propósitos, para que nuestras capacidades puedan desplegar toda su potencialidad, necesitamos contar con el otro nivel de cooperación que es el que surge de un orden internacional más equilibrado, solidario y multilateral, que resuelva las asimetrías y que promueva activamente la ayuda para el desarrollo de los países más postergados.

Así, Latinoamérica no se convertirá en una opción, sino en un destino.

Muchas gracias.