Sobreviviendo en carpas: la vida en campamentos antárticos
Durante los meses de verano (Diciembre a Marzo) grupos de investigación del Instituto Antártico Argentino suelen desarrollar actividades en sitios que están relativamente distantes de las bases antárticas. La mayor parte de los campamentos que la Argentina instala usualmente realiza actividades en distintos puntos del archipiélago de la isla James Ross, al este de la Península Antártica (ver mapa), en un radio de hasta 100 km desde Base Marambio. Hasta allí suelen ser transportados desde esta Base, con la ayuda de helicópteros Bell 212 o MI17 o con un avión Twin Otter, todos ellos operados por la Fuerza Aérea Argentina.
Los campamentos están conformados por un número variable de personas aunque, por razones de seguridad, siempre deben contar con un mínimo de tres integrantes. Un campamento está compuesto por distintos tipos de carpas, según su función: dormitorio, laboratorio, cocina y baño. Todas ellas deben ser adecuadamente instaladas para que puedan soportar las condiciones climáticas adversas imperantes en esos sitios. La calidad y resistencia de las carpas resulta entonces fundamental: una tormenta en Antártida puede acabar en instantes con una carpa que no responda a los estándares necesarios, y dejar a la intemperie a sus moradores, o a los equipos que allí se almacenan. Es un riesgo que no debe soslayarse.
El trabajo en campamentos requiere de una dinámica muy distinta a las tareas que se desarrollan desde una Base. En primer lugar, los campamentos deben ser autónomos en el desarrollo de sus tareas. Ello no significa que permanezcan completamente aislados, dado que cuentan con comunicación diaria vía radio con las bases desde donde son desplegados, y son asistidos periódicamente (con los insumos que requieran) vía helicóptero o aeronave. Cuentan asimismo con teléfonos satelitales, como medida de seguridad adicional que asegure la comunicación en casos de emergencia. Estas comunicaciones tienen por objeto: asegurar que el personal se encuentra en buen estado de salud, conocer si existe algún requerimiento de víveres o de combustible y, también, permitir que quienes se encuentran en el campamento puedan comunicarse con cierta regularidad con sus seres queridos.
Las disciplinas que suelen desarrollar labores en campamento suelen ser las asociadas a Geología, Paleontología y Glaciología. Las primeras dos llevan varias décadas de labor en la zona y su objetivo principal es reconstruir los ambientes en los que la vida se desarrolló en el lapso que media entre los períodos Jurásico y Terciario inferior. La Glaciología, por su parte, se enfoca en esta región en el estudio de la estabilidad de las plataformas de hielo, cuyo retroceso continuo podría constituir un claro indicador del fenómeno del Cambio Climático Global.
Una vez en el terreno, el grupo debe seleccionar correctamente el lugar en donde va a ser instalado su campamento. Si bien la primera condición es ubicarlo relativamente cerca del área de trabajo, el sitio también debe cumplir con una serie de condiciones que minimice el riesgo de inconvenientes durante el período de su instalación. Por ejemplo, debe tratarse de un área que sea cercana a una fuente de agua potable (glaciar, témpanos, arroyo o chorrilo) pero que no sea inundable; en lo posible debe sobre una superficie plana, al reparo del viento y en un sitio donde no se acumule demasiada nieve. Claro que no siempre resultará posible hallar un lugar que cumpla con todas estas condiciones.
La carga necesaria para que un campamento funcione adecuadamente incluye las carpas, los generadores eléctricos, el instrumental científico, el botiquín de primeros auxilios, los equipos personales y de comunicación, y, por supuesto, los víveres. Si bien el peso total a trasportar variará con el número de participantes, el lapso de permanencia y el tipo de actividades previstas, un campamento suele requerir una carga que varía entre 1 y 3 toneladas, para un lapso de 1 o 2 meses de permanencia en terreno. Algunos campamentos requieren asimismo el uso de botes, cuatriciclos, o motos de nieve, dependiendo de la naturaleza de las tareas y del sitio de emplazamiento del campamento.
Si bien las condiciones de seguridad implementadas en un campamento son muy rigurosas, ello no impide que, en contadas ocasiones, el peligro aceche. En el verano de 2013, un geólogo argentino se extravió en medio de una ventisca, y afortunadamente logró regresar, por sus propios medios, al campamento que compartía junto a otras tres personas, tras permanecer 34 horas a la intemperie.
Una voz experimentada en esto de sobrevivir en campamentos es la del geólogo Rodolfo del Valle, Coordinador de Ciencias de la Tierra del IAA, quien participó de numerosos campamentos antárticos a lo largo de cuatro décadas. Según del Valle, la forma de moverse en la Antártida cambió radicalmente en todos estos años: “Al principio nos movíamos con trineos de perros y con motos de nieve. Después llegó el progreso y los vehículos más modernos, con tracción 4 x 4, 6 x 6 y tipo oruga”. Asimismo, la ubicación en el terreno, para este experimentado Doctor en Geología, también tuvo grandes avances: “Antes teníamos que navegar con sextante y reloj. Y allá siempre está nublado. Era un problema porque siempre había discusiones con los guías. Cuando aparecía una estrella entrábamos en discusión sobre qué estrella era. Luego vino el GPS y se solucionó todo”.
La vida en campamento requiere que todos sus integrantes participen activamente en todas las tareas, no sólo en las labores científico-técnicas específicas, sino también en las logísticas, como por ejemplo obtener agua potable, disponer residuos y combustible de forma ambientalmente aceptable o preparar comidas. Ellos deben tener presente que la Antártida exigirá al máximo sus cualidades de cooperación y solidaridad, fundamentales a la hora de garantizar un adecuado desarrollo de las tareas previstas, en un marco de seguridad apropiado y de protección del medio ambiente antártico.