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El Relojero del Palacio

El Relojero del Palacio

En los grandes palacios de la Ciudad de Buenos Aires existen distintas colecciones de relojes mecánicos, que fueron adquiridos a fines de siglo XIX por los aristócratas que viajaban principalmente a Europa. Sólo unos pocos especialistas conocen los secretos para que estas piezas históricas sigan funcionando, ellos son los relojeros.

El Palacio San Martín perteneció a la familia Anchorena y fue comprado por el gobierno argentino en 1936 para ser la sede oficial de Cancillería. Junto con el edificio se adquirió mobiliario y objetos decorativos, incluyendo los relojes, que hoy son parte de nuestro patrimonio nacional.

El Museo de la Diplomacia Argentina resguarda el patrimonio de la Cancillería, donde podemos encontrar cuatro relojes mecánicos:

  • Reloj francés estilo Luis XV. Marca: Chevrau, París. Circa 1860
  • Reloj francés estilo Luis XVI. Marca: Paul Sormani, París. Circa 1880
  • Reloj de gabinete francés estilo Luis XVI. Marca: Forest, París. Circa 1890
  • Reloj inglés con péndulo estilo eduardiano. Marca: Maple & Co, Londres. Circa 1890

 Jorge Campos fue el relojero del Palacio San Martín, se dedicó al oficio durante más de 40 años. Comenzó trabajando en una fábrica de relojes, donde el requisito principal para determinar su aptitud fue pasar una prueba donde se evaluaba su capacidad para “trabajar con las manos”.

La tarea del relojero se centra en la reparación y mantenimiento de los relojes, en el caso de Jorge llegó incluso a fabricar piezas para iglesias y campanarios. Para los casos complejos recurrió para asesoramiento y consulta al maestro relojero Alberto Selvaggi, experto en relojería antigua. Luego se dedicó exclusivamente a la conservación y restauración de relojes de varios organismos públicos y edificios históricos.

La función principal del relojero del Palacio fue darle cuerda a los relojes mecánicos para reactivar el sonido del famoso “tic tac” y de las campanadas contadas que anuncian las horas.

“Para poder reparar el tiempo, se necesita tiempo”, contó Jorge a la vez que remarcó que la relojería posee pequeños detalles, lo primero que debe hacer es observar la pieza y establecer cuál es el problema, que puede originarse por variadas causas, desde la rotura de un diente del engranaje hasta un poco de polvo. Muchas veces para corregir un desperfecto Jorge sólo necesitó de su oído, ya que puede distinguir el posicionamiento de las piezas internas que suenan en armonía.

Con la llegada de los relojes a pila, la relojería mecánica comenzó a desaparecer junto con el oficio de la relojería. Como nos decía Jorge, “los relojes del Palacio son dinosaurios, eslabones de una cadena que ya no existen”, la tecnología de los relojes de pulsera y los teléfonos celulares han reemplazado estas máquinas, que eran elaboradas minuciosamente. Hoy en día se fabrican industrialmente réplicas de piezas de relojería mecánica, pero sin la dedicación y el detalle con el que se producían siglos atrás.

Es por eso que debemos proteger y resguardar estos relojes, para conocer nuestra historia y valorar el trabajo de nuestros antepasados.

 

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