Amigos:
La República Argentina ha concedido en años recientes la Orden del Libertador General San Martín a ilustres colombianos. En 1997 fue también una canciller, María Emma Mejía Vé lez; en el año 2000 fue un presidente, Andrés Pastrana. Hoy nos honramos en sumar a ellos el nombre de la actual canciller de Colombia, Carolina Barco Isakson.
La Orden del Libertador General San Martín es la más importante de las que otorga la Argentina. Nos recuerda la mitad más austral de la gesta libertadora que también operó desde el norte, desde aquella gran Colombia que fue la base de la actuación de Simón Bolívar.
Permítame, canciller y amiga, que le presente en cuatro palabras (verá usted que son casi cuatro personas distintas) a José de San Martín, un personaje que a los argentinos puede resultarnos, a fuerza de ciertas insistencias escolares, paradójicamente invisible y desconocido.
Es un niño correntino, de Yapeyú. Yapeyú ha crecido mucho desde aquel siglo dieciocho, claro está, y en el siglo veintiuno ya llega nada menos que a los mil habitantes. San Martín es pues un niño rural de la calurosa y húmeda frontera gaucha o gaúcha, de tierras que huelen al Brasil y al Paraguay y a la banda oriental, sobre el río Uruguay. Ese Yapeyú fundado por jesuitas es la residencia de San Martín padre, un español peninsular que es "teniente-gobernador". San Martín niño tiene por lo tanto un padre en asuntos de estado, y alrededor una tierra inquietante, indefinida, salvaje, que sentirá siempre como suya.
Pero a los ocho años de edad el niño se va a España. A los once está ya en el ejército español donde sirve hasta los treinta y tres. ¿se puede ser con esta hoja de vida, después de servir a la corona española en la península y en Africa, después de luchar contra las tropas napoleónicas por España, otra cosa que un militar español? Sin embargo, a los treinta y tres años el teniente coronel de España recibe en Inglaterra noticias del pensamiento y la obra de miranda y de Bolívar. Asuntos de estado y su tierra propia (como en la niñez) se lo llevan con un sueño a Buenos Aires.
Este tercer San Martín, el de los diez años de actuación pública en Sudamérica, es el más conocido de los cuatro. Se abstrae cuanto puede de la incipiente anarquía interna para concentrarse en la faena institucional y militar. Presiona hasta lograr que el Congreso argentino declare la independencia. Acaba con el dominio español de Chile. Libera el Perú y lo independiza también de la corona. En Guayaquil, a cuatro mil kilómetros de su Yapeyú natal, ofrece a Bolívar unir los dos ejércitos libres sudamericanos, el del norte y el del sur, bajo el mando del general venezolano a cuya disposición se pone. Nota resistencias de Bolívar y decide dejar libre el escenario.
Vuelto a Perú, vuelto a Chile, vuelto a Buenos Aires, vuelto a Europa, el cuarto San Martín, el final, se retira en Francia. Es un viudo aún joven que dedica sus años a cuidar de su hija Mercedes, lejos de sus patrias americanas, lejos de sus esteros de Yapeyú, lejos de los asuntos de estado.
Cuando la Argentina otorga la Orden del Libertador San Martín, de este San Martín suyo y nuestro, querida canciller, a una ilustre colombiana como usted, está ejerciendo un rito con raíces americanas de doscientos años de antigüedad. Estamos repitiendo en primer lugar el mensaje que llega desde el sur del sur a los pueblos hermanos de los Andes y el Caribe, les decimos que algunos valores dignos de San Martín no han cambiado, que nuestra obligación común es mirar el cuadro grande, y que la dimensión continental del desafío no debe asustarnos. La integración es el desafío pendiente, la paz es el desafío pendiente, la prosperidad en democracia es el desafío pendiente. Pero nada de esto es imposible si en la tropa estamos juntos otra vez argentinos y colombianos. Tenemos una ventaja definitiva con respecto a la situación de hace dos siglos: la integración cultural ya comenzada, y de modo espontáneo, irreversible. Que alguien trate de explicar a los lectores argentinos que acaban de comprar instantáneamente cuarenta mil ejemplares de García Márquez, o a los colombianos grandes lectores de Borges desde muy temprano, que alguien les explique por favor qué demora la cristalización en otros campos de estas familiaridades culturales. Sentémonos juntos a ver "la estrategia del caracol" o "el hijo de la novia" e intentemos replicar en todos los niveles esa facilidad de disfrutar del otro, de sentirlo ligeramente distinto y claramente hermano. La Argentina le habla en esta ocasión a Colombia de libertador a libertador, de gobierno a gobierno, de pueblo del corazón a pueblo del corazón.
Pero también, este rito tiene un sentido preciso: es usted, canciller y amiga, la condecorada. Lo hacemos por necesidad: porque la necesitamos. Una canciller amiga, que sabe de casi todo (porque sus bases son de estudios urbanos, de saber qué pasa con nuestras ciudades y nuestros ciudadanos, su cultura, su desarrollo económico, su medio ambiente. La canciller Carolina Barco, queridos amigos, supo primero sobre administración de empresas - a la manera del funcionariado público más moderno, de las mejores administraciones públicas de cualquier lugar del mundo. Las Naciones Unidas la han aprovechado como consultora. La ciudad de Bogotá conoce bien cuánto puede aportar como experta.
Canciller, querida amiga: su padre le dio también, como a José de San Martín, un temprano sentido de los asuntos de estado. Y creo que nadie de los presentes necesita que se agregue que usted se ha revelado una clara amiga de la República Argentina.
Permítame por lo tanto ofrecerle, en nombre de la Nación Argentina, esta condecoración que también a nosotros nos honra. Se leerá a continuación el decreto que se la concede.